SI ALGUNA VEZ
Si alguna vez quisieras
hablarme, yo estaría
con mi ser aquietado más que
un agua nocturna
para la ondulación de tus
palabras.
Estaría en la noche sintiendo
cómo el roce
de tu voz sobre el alma del
silencio me nombra,
¡y yo sin saber dónde
arrodillarme...!
Vértebras de caricias
reanimarán mis horas.
Palabras con sus bordes
tatuados de ternura,
y entre un presagio y un
temor, tú misma.
Háblame. Mírame. Tus voces, tu
mirada,
desarmarán mis párpados y mi
arteria de sombras,
y en ámbitos de un hielo
estupefacto,
por liturgia del fuego, mi
rosa envenenada.
Será otra vez la lumbre de un
corazón más joven.
(Enero, 1942)
LAMENTO DE LA ESPIGA DE LA
TARDE
Rubio color de la espiga,
no te mueras por la tarde,
que el hombre mira sin ojos
y sin voz llora penares,
por la tarde...
Rubio color de la espiga,
bajo la nieve del aire
no te mueras, no te mueras,
ni vuelvas color de sangre,
por la tarde...
El arado de la muerte
ara con rejas chirriantes.
Los campos quedan en llamas
derruidas las ciudades,
por la tarde...
Con lúgubre sonsonete
canta el labriego salvaje,
cegando luz de horizontes,
sus cantares, sus cantares,
por la tarde...
Todos los hombres se han
muerto.
A lo largo de una calle
un rubio niño en harapos
duerme abrazado a un cadáver,
por la tarde...
Y el viento agita la espiga,
y el agua lava la sangre;
un viento loco de angustias,
un agua de soledades,
por la tarde...
...Todos los hombres se han
muerto
por la tardé...
Cuando se despierte el niño,
cuando la espiga madure,
por la tarde...
el viento se habrá dormido
y el agua, en las
soledades...,
y en el silencio, silencio,
del día que no se acabe,
granará la roja espiga
de la tarde...
(Mayo 1 – 1942)
HUIDA
Sobre el hierro olvidado se
apagan las violetas.
Y sobre el hierro crecen los
suspiros y adioses,
las huellas musicales del
corazón del viento
que busca lejanías para
olvidar sus bosques.
Un cierto transparente sueña
escorzos de huida.
Pero el soñar se quiebra sobre
muertos sabores.
No basta que el instinto del
nardo le apacigüe
la frente en que sollozan
esmeraldas y adioses...
¿Dónde enterró su claro
círculo el mediodía;
sus corolas ardientes, en qué
arena, en qué noche,
si todo está en silencio:
viento, flor y latido,
si todo está ya inmóvil entre
las altas torres...?
El ciervo transparente yace
bajo la niebla.
Sus ojos desolados por la
humedad salobre
van subiendo en los tallos del
humo y de la espada
para mirar la sangre secándose
en la Noche.
[Enero, 1942]
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